Esta mañana he compartido con una de mis compañeras la tesis publicada por la Dra. Kathy Matilla, una de mis profesoras en la Universidad, y seguramente la que más me marcó a nivel perso/profesional.
En el 2007 presentó su tesis doctoral (increíble): «Aportaciones para un modelo global de
Planificación Estratégica en Relaciones Públicas y Comunicación Integral. Análisis de un caso:
el uso de la Planificación Estratégica en algunas agencias y consultoras de Relaciones Públicas y Comunicación del estado español»
Llevo meses leyéndolo de forma intermitente, es muy interesante pero también muy denso en contenido y hay que ir haciendo parones. Hoy hemos retomado la lectura y proponemos hacer un ejercicio de forma conjunta, una de las reflexiones en las que me he parado y que me interesaría pode compartir con vosotros es la siguiente: «La consultora multinacional PricewaterhouseCoopers, por su parte, a través de su red global proporciona, como es bien conocido, una amplia y extensa gama de servicios a los principales sectores industriales. Una de sus líneas de actuación se centra en la gestión de los riesgos y oportunidades de la Reputación, de un modo estructurado e integrado. Al decir de la propia
consultora, siendo conscientes de que el principal activo de una compañía es su reputación, PwC
ofrece servicios relacionados con la gestión de la reputación –que, insistimos una vez más en que
no puede ser gestionada, ya que se trata de un concepto mental-, tales como la identificación y
priorización de los intereses de los grupos de interés; el desarrollo de estrategia de comunicación;
la formación en reputación; el análisis de los riesgos reputacionales; la elaboración de informes de
triple resultado; etc.»
Kathy plantea una diferencia entre imagen corporativa y reputación corporativa, Por consiguiente, la reputación corporativa no puede ser gestionada y únicamente puede gestionarse la identidad de la organización (su ser y su hacer). La función comunicación vela porque la identidad se comunique, externa e internamente, de forma óptima. Sin comunicación de la identidad –sin proyección de la personalidad corporativa-, no existe proceso perceptual de ningún tipo en la mente de nadie, o lo
que es lo mismo: no puede darse la configuración de reputación corporativa alguna, ya que no
exisitiría imagen corporativa ninguna que pudiese ser expresada. En consecuencia, pues, como ya
hemos advertido pormenorizadamente en múltiples ocasiones anteriores, si bien la comunicación en
el seno corporativo no se constituye en objetivo por sí misma, sino que indefectiblemente la función
está permanente y exclusivamente al servicio de la alta dirección y de las restantes áreas
funcionales, negar el papel contributivo que la función comunicativa cumple con respecto al
objetivo organizacional de alcanzar el logro de la mejor reputación corporativa se daría de bruces
con la catalogación de “fondo borroso de la industria de la comunicación”.
Proponemos estas líneas de T. Hannington como punto de inicio para la reflexión sobre diferencia entre imagen corporativa y reputación corporativa.